Porque hay que elegir un lugar, casi a modo de lienzo, sobre el que dejar fluir la escritura; y como si fuera un palimpsesto, escibir sobre lo escrito.
Trieste viene de un artículo de Enrique Vila-Matas que a continuación cito. El texto completo lo podéis encontrar en
El País del día 17 de enero de 2006, bajo el inquietante título de
Plan para el más allá.
"Esa inolvidable sensación de extrañeza y deriva volví a recuperarla días después cuando en una entrevista le preguntaron al escritor español J. A. González Sainz por qué vivía en Trieste y él contestó así: "Más quisiera yo saberlo. Y ese no saber es una buena razón. Me siento extraño aquí, extranjero, distante, y sentirse extranjero en el mundo creo que es una de las condiciones de la escritura, habitar el mundo de una forma un poco esquinada. Cuando regreso en tren ya de noche de mis clases en Venecia y veo al final del viaje las luces de Trieste allí en el fondo, como atenazadas a la espalda por la oscuridad de las montañas del Carso, con Eslovenia atrás y a la derecha la línea de las costas de Istria, y me digo "ahí está tu casa", "allí es donde vives", se me genera una sensación de extrañeza, de no pertenencia sino de paso, con la que me llevo bien y que creo que es fundamental para esa forma de vivir que es escribir".
[...]
De día pasear por cementerios espectrales. Y por las noches escuchar mis pasos resonando en un decorado de cartón-piedra. La voz de Morrison como fondo. Y en la nueva vida ver pasar los trenes.
Y ser (como decía Kafka) un chino que vuelve a casa."
Recuerdo un consejo que daba Luis Landero a unos cuantos aprendices de escritor: "Acuérdate de que vives en un país lejano". Ese país lejano de Landero, esa extrañeza de la existencia esquinada en el mundo de González Sainz, ese chino que vuelve a casa de Kafka, será Trieste. Una ciudad suspendida sobre los Balcanes, sujeta a Italia por tanza firme e invisible. Trieste. Una ciudad a la que me imagino, como González Sainz, volviendo cada noche en tren a buscar un hogar donde nadie me conozca, donde poder escaparme de mí mismo de espaldas a Venezia, con el dorso de las manos agitando las aguas del Adriático y las palmas mirando hacia Croacia y Eslovenia.
Trieste, una ciudad en la que nunca he estado.
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