Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

martes, abril 25, 2006

De parte de los que padecen la historia

Dijo Albert Camus que el artista siempre debe estar de parte de los que padecen la historia. La cita resume el espíritu que aparece en Los girasoles ciegos, el libro por el que Alberto Méndez obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, ambos, si no me equivoco, de forma póstuma. La altura literaria de sus cuatro cuentos es formidable. Méndez se adentra en uno de los escenarios más farragosos para la narrativa, el de la guerra civil y posguerra. Y digo farragoso porque es terreno abonado para el tópico, ya sea éste sensiblería trágica o panfleto ideológico. No precipitarse en ninguno de ellos es tan delicado como transitar por un campo minado. Alberto Méndez lo consigue desde la honestidad literaria, suscribiendo con el lector un pacto por el cual se compromete a respetarlo. Tras su léxico cuidado y su escritura de lector culto y cívico se esconde un prosista ágil e inteligente. Allí permanece agazapado, sin dejarse llevar por vanidad o veleidad alguna, manteniendo siempre sus recursos al servicio de la historia y nunca al revés.
En la contraportada se lee una nota que avisa ya de las intenciones del autor: “Todo lo que se narra en este libro es verdad, pero nada de lo que se cuenta es cierto”. Poco importa si las historias que Alberto Méndez presenta como reales lo son o no; poco importa, pues lo fundamental es que son verosímiles y que arrojan luz sobre la memoria individual de la derrota.
La ficción se construye sobre un sólido esqueleto. Bajo la apariencia de realidad que confiere su estilo testimonial, se encuentran referencias metaliterarias, como la del niño que tiene a su padre escondido en un armario y vive en una permanente ficción, o la de Juan Senra, recreación de la Sherezade de las mil y una noches en una prisión franquista. Estas referencias engarzan la cruda realidad de la posguerra con la propia literatura.
Conmueve especialmente la agudeza de sus personajes, agudeza que resulta dolorosa en medio de la ceguera general. Transcribo a modo de ejemplo una confesión del capitán Alegría, protagonista del primer relato: “Alegría confesó a un suboficial intachable que los defensores de la República hubieran humillado más al ejército de Franco rindiéndose el primer día de la guerra que resistiendo tenazmente, porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba. Sin muertos, dijo, no habría gloria, y sin gloria, sólo habría derrotados.”
Esa amargura resignada que hay en la derrota, la derrota personal, individual, es la que hace de hilo conductor a través de los cuatro cuentos de Los girasoles ciegos. Cuatro historias dolorosas en la sociedad más tísica y alienada de la España del siglo XX, los años cuarenta; historias de personajes que oscilan entre la dignidad y la miseria, moviéndose de lo más noble a lo más espurio.
(La foto que acompaña es de Robert Capa. Es el frente de Ciudad Universitaria)

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