Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

jueves, junio 18, 2009

Escribiendo desde un país lejano


Las circunstancias en que conocí a Nacho Ferrando no hacían presagiar el que fuese a despertar admiración alguna en mi persona; y es que tenía la irritante costumbre de ganar la mayor parte de los certámenes de cuentos a los que yo me presentaba. Con el tiempo encontré una solución para preservar mi autoestima: dejé de presentarme a certámenes y me dediqué a medirme con rivales de mi tamaño (es decir, conmigo mismo).

No sin cierto ánimo de flagelarme, seguí leyendo algunos de sus relatos. Descubrí que Ferrando, además de ganar certámenes de cuentos, tenía la irritante costumbre de escribirlos muy bien. Había en ellos una visión particular de la realidad, una visión esquinada, casi perversa en su afán de subvertir el orden habitual de las cosas. Se diría que observaba la realidad siguiendo una aguda máxima que en una ocasión le escuche a Luis Landero: “Cuando escribas, acuérdate de que vives en un país lejano.”

En general, hay en el panorama literario (suponiendo que haya algo a lo que se pueda llamar así) un cierto desprecio hacia los cuentos. Es fácil encontrar relatos publicados por notables novelistas que no son otra cosa que breves historias narradas con mayor o menor esmero, como escenas que no supieron encajar en ninguna de sus novelas. Pero no son verdaderos cuentos; se podría decir que no tienen ninguna intención literaria profunda. Menos frecuente pero igual de frustrante es el caso contrario: el de los escritores que, amparados en una técnica solvente, producen cuentos en serie en los que poco o nada tienen que decir.

Pero nada de eso ocurre en Sicilia, invierno, el segundo libro de relatos de Ignacio Ferrando, publicado por JdJ Editores. La materia prima no es otra que la reinterpretación de los clásicos: desde Ovidio y Homero a Valery o incluso a Gregor Mendel. Tal vez por todo eso, cada uno de los relatos es una pequeña pieza de artesanía, diferente a las demás, como si hubiese sido labrado sobre la madera adaptándose a sus nudosidades, sin pretender someterlas. Y es que Ferrando asume riesgos. No se conforma con lo obvio e invita al lector a un viaje lleno de dobleces y rugosidades, sin aleccionarlo si catequizarlo.

Por eso Sicilia, invierno es un libro tan diferente; ni siquiera los relatos que lo componen se parecen demasiado entre sí. Son como billetes de tren que invitan a viajar al lector, expectante ante la certeza de que no hará dos viajes iguales e inquieto ante la perspectiva de que el viaje ilumine algún olvidado vericueto de su alma. Eso sí, siempre que el lector esté dispuesto a embarcarse en ese tipo de viajes.

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