Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

jueves, marzo 29, 2007

Animales victorianos de dos patas



Terminaba el último artículo de este anárquico cuaderno preguntándome si el humor y la inteligencia no eran más o menos lo mismo. Ya que ninguno de los lectores ha recogido el guante y dado que mi última lectura me reafirma en lo dicho, lo recojo yo mismo.

El libro se titula Animales y más que animales y lo firma Saki, que es el pseudónimo (unos dicen que influencia de Omar Khayyam, otros que préstamo de ciertos monos sudamericanos) de Hector Hugh Munro. Es una colección de cuentos en la que se entremezclan asuntos de humanos y animales, teniendo los primeros bastante de los segundos.

Los cuentos obedecen casi siempre a un mismo esquema, y a pesar de eso, o precisamente por ello, son divertidísimos. Se plantea un problema cuya única solución pasa por la ironía; ironía que acorta el camino entre la indiferencia y el sadismo, lo que hace que la crueldad de Saki sea tan divertida. (La marca del humor cruel remite ineludiblemente a Cervantes; es curioso que a sus herederos directos haya que ir a buscarlos casi siempre a Inglaterra).

Hector Hugh Munro nació en 1870 en Birmania. Borges lo colocaba junto a Kipling y Thackeray en la terna de grandes escritores ingleses nacidos en las colonias. La temprana muerte de su madre propició que fuera enviado a Inglaterra, donde pasó su infancia en la nada divertida compañía de sus tías, dos solteronas victorianas que se odiaban entre sí y que seguramente jamás intuyeron cuánta materia prima estaban proporcionando al afilado y malévolo ingenio de su sobrino.

Y así Saki se convirtió en azote de las sociedades puritanas (es decir, todas). La mejor forma que encontró para evadirse de un entorno tan aburrido fue la invención de sus fantasías ácidas y socarronas. Murió en Francia durante la Primera Guerra Mundial, abatido por el disparo de un francotirador alemán. Según cuentan, sus últimas palabras fueron “¡Apagad ese maldito cigarrillo!”.

(La imagen es English country garden, pintura de Jane Kay. Tal vez entre alguno de esos arbustos podamos encontrar a las tías de Saki con una tijeras de podar. Cuidado.)

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martes, marzo 13, 2007

Un hombre pequeño y un gato grande


Muchas veces uno tiende a parapetarse detrás del canon de la cultura oficial; no la oficial de los gobiernos, que siempre han preferido pueblos dócilmente iletrados, sino la que dictan los mandarines y santones literarios desde academias, universidades y columnas de periódico. Y es que lo contrario, absorber cual esponja sin tamizado previo todo lo que se ponga a tiro, no es en absoluto recomendable; la imbecilidad espera agazapada en cada esquina para asaetear a los imprudentes. Así que no queda otro remedio que leer y releer a los de siempre, procurando dejar al mismo tiempo cierto margen a la intuición. Se pierden algunas lecturas de interés que quedan condenadas a la inopia, pero se ahorra mucho tiempo (que a su vez se reinvierte) y se evitan (casi siempre) los molestos efectos de la bazofia pseudoliteraria.

Con tanta profilaxis no era demasiado probable que Vida de Pi fuera a caer en mi estantería de libros de próxima lectura. Un desconocido canadiense salmantino de nombre extraño, Yann Martel, con unos sospechosos aspecto y biografía de viajero, tenía pocas posibilidades de abrirse paso a codazos entre los DeLillo, Pamuk, Scott Fitzgerald, Philip Roth, Dickens, Zweig o Turguénev (ya ven los lectores cómo me las gasto cuando juego a ser bibliotecario). Pero el caso es que cuando comencé a leer Vida de Pi comprendí que había tenido mucha suerte de que el libro hubiese caído en mis manos.

Durante cuatrocientas páginas Yann Martel se va transformando; a veces es un divertido contador de aventuras, otras un humilde y agudo investigador del hecho religioso. Pero en ningún momento pierde la honestidad narrativa, honestidad que surge cuando la literatura, más que inventar, filtra la vida; y de ese modo, mediante ese compromiso vital de la escritura, Yann Martel regala a los lectores una auténtica joya de inusitada altura literaria.

Si uno repasa los protagonistas, el libro ya promete: un niño indio, los inquilinos de un zoológico, un dios, un océano. El resultado es una novela que se disfruta de la primera a la última palabra. Uno se emociona y se divierte con el pequeño y a la vez enorme descubrimiento que es pasar cada página. El joven Pi nos presta su cuerpo, a través del cual el lector comparte con él esperanza y angustia, salitre y sudor.

Una vez finalizada la lectura el tópico del humor inteligente no alcanza para abarcar la novela de Martel. Más bien, uno se pregunta si el humor y la inteligencia no son básicamente lo mismo.

En fin. Más no puedo decir. Sólo me queda agradecer a mi amigo Jimmy Puerta la recomendación y hacerla llegar hasta vosotros. Leed Vida de Pi. Dichosos los que lo podéis hacer por primera vez.

(En la foto, apasionado lector del libro y tigre de Bengala a escala.)

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