Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

martes, febrero 20, 2007

Faulkner en Getxo


Acabo de terminar una aventura lectora que me ha tenido enredado un mes largo. Se trata de Verdes valles, colinas rojas, la desaforada novela que Ramiro Pinilla ha tardado veinte años en escribir; más de dos mil páginas repartidas en tres gruesos tomos que abarcan desde la salida mítica del mar de los fundadores de Getxo hasta la erección del Guggenheim como alegoría del título del tercer volumen, Las cenizas del hierro.

La historia va avanzando lastrada por la densidad del pasado; para los personajes de Verdes valles, colinas rojas, el pasado no es un ornamento de la memoria, sino una carga inexorable que les obliga a abolir la propia idea de futuro. Por supuesto, la válvula que permite que la novela respire entre tanta opresión es el humor.

Y es esa pesadez del pasado que equipara presencias de vivos y muertos la que emparenta a Ramiro Pinilla con Faulkner. Las voces ancestrales no dejan a los vivos en paz. Lo que Faulkner inventó para los sudistas derrotados en la Guerra de Secesión cobra nuevos significados al aplicarlo sobre una sociedad tan convulsa como la vasca. Y ahí aparece el humor, que Pinilla utiliza para rebanar cabezas a diestro y siniestro (bueno, más a diestro). El nacionalismo queda rebajado a imaginería primitiva y absurda. Y es que en Verdes valles, colinas rojas la patria no es Euskadi, sino Getxo; y, apurando, la playa de Arrigúnaga, cuna del mito.

Ramiro Pinilla fue un escritor de cierto éxito en los años 60 y 70. Prueba de ello son su Premio Nadal de 1960 por Las ciegas hormigas y su finalista del Planeta en 1972 por Seno. Pero harto de las inicuas políticas editoriales de sus mecenas, se encerró en su caserío de Gexto.

Durante los siguientes veintidós años publicó algunos libros en una editorial independiente que él mismo había fundado. También se dedicó a cultivar tomates y criar gallinas. Y entre ellos fue acumulando el original de la que iba a ser su gran novela: más de tres mil quinientos folios manuscritos de epopeya vasca.

El resto de la historia es más conocido. Volvieron el éxito y los premios. Supongo que poco alterarán ya a quien se ha forjado en la soledad de la escritura durante tanto tiempo. Lo único que importa es que ahora su inmensa novela llegará a miles de lectores.
(En la foto, el escritor vasco Ramiro Pinilla sin txapela; lo normal es que la lleve. Os dejo un link con entrevista al autor.

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lunes, febrero 05, 2007

Letras después de la bomba



El filósofo alemán Theodor Adorno se preguntaba si era posible escribir poesía después de Auschwitz. Es cierto que más tarde matizó la pregunta y que atribuyó el revuelo a interpretaciones deficientes, pero eso ya era lo de menos. La cuestión quedó flotando como espada de Damocles sobre las gargantas de la intelectualidad europea.

Por supuesto, el problema es puro pasatiempo intelectual. Si vamos a ello, ya sabíamos que no se podía escribir después de, por ejemplo, Cervantes o Rimbaud. El primero ridiculiza todo novelista anterior y posterior y el segundo demuestra que quien se acerca demasiado a la poesía (pero de verdad) se abrasa y/o se estampa contra el suelo como un Ícaro iluminado.

Pero si vamos a lo práctico, el novelista japonés Kezaburo Oé demostró que sí se podía escribir después de Hiroshima. Es decir, no escribir obviando lo que había ocurrido en Hiroshima, sino hacerlo desde la nueva perspectiva que ofrecía la realidad. Así Oé propone una sociedad expresionista, donde desnuda la individualidad de dentro a fuera hasta confundirla con la conciencia colectiva de la derrota.

Ya había dado pistas con sus dos primeras novelas, La presa y Arrancad las semillas, fusilad a los niños. La presa es una novela corta de impecable ejecución formal que narra lo que sucede en una aldea tras la captura de un piloto negro; En Arrancad las semillas Oé vuelve a utilizar a la infancia como modelo de la sociedad adulta mediante la huida imposible de los adolescentes de un reformatorio.

En 1963 su perspectiva vital se ve alterada al ser padre de un niño con retraso mental. La catarsis literaria se hace patente en Una cuestión personal. Oé indaga en su interior como un Dostoyevski rabioso. Seguramente Oé, que se ha doctorado con una tesis sobre Sartre, piense en algún momento que en París el existencialismo no es más que un mero juego de café de charla ebria y sexo rápido y banal, mientras que el Japón de posguerra es un país humillado y atormentado en el que sólo queda la deriva nihilista.

A partir de entonces su mirada será la del deforme y la del excluido. De ese mismo fango visceral nacerán El grito silencioso y los relatos de Dime cómo sobrevivir a nuestra locura. Las páginas de Oé son para quien se atreva a compartir ese ojo único. El lector no saldrá indemne. Pero de eso se trata.

(La pintura es Garden at Hiroshima, Autumn, de Standish Backus.)

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