Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

lunes, diciembre 18, 2006

El hombre que encendió la mecha


Hace algunos años, intentando diferenciar la casualidad de la causalidad, me topé (ignoro si casual o causalmente) con una idea interesante. No recuerdo la autoría de la misma, pero venía a decir que el siglo XX comenzaba y terminaba en una misma ciudad, Sarajevo. Se comprendía así el siglo XX como un complejo maremágnun de recodos y circunvoluciones que quedaban ensartados en un mismo punto, la capital bosnia, en dos momentos: el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en 1914 y al cruel asedio serbio a partir de 1992. El argumento tenía sin duda algo de falsario, ya que atribuía la guerra de los Balcanes a la caída del telón de acero, caída que fue un acicate para dicha guerra pero en modo alguno causa primigenia; pero como motivo literario, resultaba apasionante.

Rumié el asunto durante algún tiempo y fui acumulando información para escribir sobre él. Al final todo quedó en un escueto esbozo y un par de notas; pero me sirvió para encontrar al personaje que, si damos por buena la hipótesis, encendió la mecha del siglo XX.

Se trata de un joven estudiante serbobosnio. Es veintiocho de junio de 1914 y es probable que en Sarajevo aún perdure el fresco de la mañana como un aliento que baja desde las montañas hacia el Miljacka. Nuestro hombre resuella nervioso mientras trata de apoyar el cañón caliente de su browning contra su sien; a sus pies agonizan el Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austro-húngara, y su esposa. El tipo se llama Gavrilo Princip, tiene diecinueve años, está enfermo de tuberculosis y pertenece a la organización terrorista Mlada Bosna, contraria a la anexión de Bosnia por parte del Imperio Austro-Húngaro.

La historia que sigue es más conocida. Un mes más tarde, Austria le declaraba la guerra a Serbia por considerarla madre intelectual del magnicidio. Poco después, mediante una imprevisible reacción en cadena, Alemania, Francia, Rusia, Inglaterra, Turquía y Japón se van sumando a la contienda; Estados Unidos e Italia entraran más tarde. Es la Gran Guerra, que transcurre de 1914 a 1919. El resultado es desastroso: más de ocho millones de muertos y veinte de heridos, medio continente sumido en la miseria y unas vergonzantes condiciones de armisticio para Alemania que crearán el sustrato necesario para el ascenso al poder de Hitler en 1933. Más tarde, la Segunda Guerra Mundial, la división del mundo en dos bloques, etc. La mecha de Gavrilo sigue ardiendo. ¿Qué fue de él?

Nuestro hombre resuella nervioso mientras trata de apoyar el cañón caliente de su Browning contra la sien. Tal vez no sea consciente de lo que acaba de hacer. En realidad no es más que uno entre tantos, ya que otros correligionarios suyos se habían apostado por la ciudad con la intención de asesinar al heredero. Pero de algún modo, la historia lo ha elegido a él.

Justo cuando el dedo nervioso se dispone a apretar el gatillo, una multitud enfurecida le tira al suelo. Tal vez Gavrilo deja de sentir los golpes y en su lugar sólo nota un dolor sordo y deslocalizado por todo el cuerpo. Logra sin esfuerzo meter una mano en el bolsillo y sujeta entre los dedos una pequeña píldora. La policía llega a tiempo para evitar que sea linchado. También le confisca la cápsula de cianuro que está a punto de tragarse. Seguramente Gavrilo se siente más confuso que agradecido porque su vida haya sido salvada por tercera vez en un minuto. No sabemos si el joven serbocroata tenía sentido del humor; si lo tenía, no cabe duda de que en algún momento tuvo que preguntarse cómo demonios había sido tan eficaz en el más complejo tipo de asesinato, el magnicidio, para luego revelarse tan torpe para el mecánicamente más sencillo, el suicidio.

Aún el destino le salvó la vida por cuarta vez: la condena a muerte le fue conmutada por cadena perpetua debido a que no alcanzaba la mayoría de edad. Lo que no pudieron los hombres, lo logró la persistencia del bacilo de Koch y Gavrilo Princip murió en la cárcel víctima de la tuberculosis en 1918.

Tal vez, de no haber disparado él, otro lo habría hecho; tal vez nada hubiera cambiado, y Gavrilo Princip sólo fuera la marioneta de la historia que estaba en el lugar preciso en el
momento preciso. Probablemente su historia sea insignificante. Como todas.

(La foto es de la detención de Gavrilo Princip justo después de cometer el asesinato. Es el segundo por la derecha. En cierto modo, los Balcanes son una miniatura de toda Europa, un laboratorio multiétnico que, como dijo Churchill, produce más historia de la que puede consumir.)

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