Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

viernes, noviembre 07, 2008

Los viajes y la nostalgia




En Las ciudades invisibles, la fabulosa geografía apócrifa de Calvino, Marco Polo y el Kublai Khan indagan en los motivos que han hecho al primero alejarse de su patria chica. Marco Polo explica que cada ciudad que atraviesa le devuelve un pedazo de memoria que había perdido; que cuando explora ciudadelas inexpugnables y palacios remotos no hace otra cosa que recuperar la plazuela veneciana en la que jugaba de niño. Finalmente, el Kublai Khan comprende. “¡Entonces el tuyo es un viaje en la memoria!”, le dice; “¡Has venido tan lejos para librarte de tu carga de nostalgia!”.

Quizá el Marco Polo de Calvino se sorprendiera ante la certera deducción de su interlocutor. El viajero tiene siempre algo de misterioso, casi de visionario. Y sin embargo el Kublai Khan descubre que el mecanismo que lo impulsa es bien simple, como si fuera una catapulta que carga la nostalgia y aleja el viajero de su casa cada vez que regresa a ella.

Siempre que salgo de viaje escucho a mi alrededor el mismo tipo de comentarios: “Qué suerte”, “Qué envidia”, “Qué bien te lo montas”. Provienen de los que no suelen viajar, de los que se quedan en sus casas (casi siempre, y en contra de lo que les gusta creer, porque así lo desean).

Vivir como uno elige es un enorme privilegio, desde luego, ya sea con viajes o sin ellos. Cada uno gestiona sus recursos como mejor quiere o puede y nada hay de malo en ello. Sin embargo, siento que esas personas que envidian mi suerte (o creen que lo hacen) nada saben de los problemas que arrostra el que viaja. Ellos jamás piensan en las jornadas de más de veinticuatro horas y en el agotamiento que provocan, ni en el mareo inevitable de los autobuses que rebotan sobre carreteras irregulares, ni en las diarreas que uno sufre en retretes oxidados, ni en las jornadas extenuantes en las que uno camina sin rumbo en ciudades enormes y extrañas a más de treinta grados. No creo que nadie envidie eso. A todo el mundo le gustan, eso sí, las fotos, las anécdotas y la experiencia exótica de haberse alejado un poco de casa.

Y sin embargo, a pesar de todo, vuelvo a salir de viaje una y otra vez. Hay varios motivos para ello. Supongo que en esos momentos en los que estoy lejos considero que estoy donde debería estar, como si escapara de algún destino inexorable que me acecha cuando estoy cómodamente en mi ciudad. Siento que los días no pasan en balde y que los esfuerzos no son en vano. Y además tengo la impresión de hacerlo más o menos bien, cuando es hecho probado que en mi vida ordinaria (la occidental civilizada) tiendo a ser vago y chapucero.

Pero tal vez, igual que le ocurre al Marco Polo de Calvino, sea una nostalgia inevitable y de origen desconocido la que me impulsa a moverme. Y es que el que viaja se comporta como un imán de polaridad cambiante al que la patria atrae cuando está lejos y repele en cuanto se regresa a ella, como si Marco Polo y el Kublai Khan convivieran en el interior de uno mismo.

(Un nostálgico cualquiera paseando por las destartaladas calles de Jaipur.)

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