Nosotros, los civilizados europeos
Ya saben los sufridos lectores de este cuaderno sin rumbo, si es que alguno queda por ahí, que tengo por costumbre aparcar de cuando en cuando lo literario y descender al pringoso mundo real; y si no lo hago más a menudo es por lo mucho que me aburre persistir en lo obvio y no porque no haya motivos para el cabreo ciudadano a diario.
Como alternativa estival a las atestadas playas, Putin se está dedicando a matar gente en el Cáucaso, con la complicidad del memo de Saakashvili, que le ha dado un pretexto, y la indiferencia del resto de la humanidad, atareada en un vano intento de sumar más medallas que China.
Imagino que debe de ser tan antiguo como el propio ser humano ese principio que dice que siempre importa más quién sea el criminal que cuál sea el delito; lo que supone que jamás veremos sentados junto al canalla de Karadzic a ningún criminal israelí, a los macarras que idearon la guerra de Irak o al propio Putin. Del mismo modo, hay países capaces de llevar su oneroso pasado con mayor donaire que otros: polacos, franceses y rusos se aplicaron con tesón a la labor de exterminar judíos durante diversos momentos del siglo XX, sin que haya jamás pesado sobre ellos la pesada carga que portan los alemanes por sus atrocidades pasadas.
En el caso de los civilizados europeos, hay que reconocer que saltamos como resortes en cuanto los EEUU se embarcan en alguna tropelía. Es especialmente revelador el caso de las guerras que asolaron los Balcanes tras la desintegración de Yugoslavia. Durante casi diez años, los europeos no dijimos esta boca es nuestra mientras bosnios, croatas y especialmente serbios se dedicaban a limpiezas étnicas y violaciones en masa. Eso sí, nos pareció intolerable que la OTAN bombardeara Belgrado en 1999 para detener guerra de Kosovo. Puestos a elegir verdugo, parece mejor que a uno le ataquen los EEUU, ya que eso siempre asegura unas dosis de solidaridad de la izquierda europea (de la derecha es mejor no esperar nunca nada, claro).
Así que me temo que los georgianos lo tienen crudo. Ni la culpa es de Bush esta vez ni su conflicto está de moda como la ocupación china del Tíbet. Todo lo que haremos nosotros, los civilizados europeos, será decirle a Putin que no haga tanto ruido en su patio trasero. Y con el mismo cuajo con el que hace un par de meses aprobamos una ley para meter a los inmigrantes en campos de concentración (recuperando una arraigada tradición europea, sin duda), seguiremos creyéndonos el centro del mundo civilizado.
Como alternativa estival a las atestadas playas, Putin se está dedicando a matar gente en el Cáucaso, con la complicidad del memo de Saakashvili, que le ha dado un pretexto, y la indiferencia del resto de la humanidad, atareada en un vano intento de sumar más medallas que China.
Imagino que debe de ser tan antiguo como el propio ser humano ese principio que dice que siempre importa más quién sea el criminal que cuál sea el delito; lo que supone que jamás veremos sentados junto al canalla de Karadzic a ningún criminal israelí, a los macarras que idearon la guerra de Irak o al propio Putin. Del mismo modo, hay países capaces de llevar su oneroso pasado con mayor donaire que otros: polacos, franceses y rusos se aplicaron con tesón a la labor de exterminar judíos durante diversos momentos del siglo XX, sin que haya jamás pesado sobre ellos la pesada carga que portan los alemanes por sus atrocidades pasadas.
En el caso de los civilizados europeos, hay que reconocer que saltamos como resortes en cuanto los EEUU se embarcan en alguna tropelía. Es especialmente revelador el caso de las guerras que asolaron los Balcanes tras la desintegración de Yugoslavia. Durante casi diez años, los europeos no dijimos esta boca es nuestra mientras bosnios, croatas y especialmente serbios se dedicaban a limpiezas étnicas y violaciones en masa. Eso sí, nos pareció intolerable que la OTAN bombardeara Belgrado en 1999 para detener guerra de Kosovo. Puestos a elegir verdugo, parece mejor que a uno le ataquen los EEUU, ya que eso siempre asegura unas dosis de solidaridad de la izquierda europea (de la derecha es mejor no esperar nunca nada, claro).
Así que me temo que los georgianos lo tienen crudo. Ni la culpa es de Bush esta vez ni su conflicto está de moda como la ocupación china del Tíbet. Todo lo que haremos nosotros, los civilizados europeos, será decirle a Putin que no haga tanto ruido en su patio trasero. Y con el mismo cuajo con el que hace un par de meses aprobamos una ley para meter a los inmigrantes en campos de concentración (recuperando una arraigada tradición europea, sin duda), seguiremos creyéndonos el centro del mundo civilizado.
(Tiflis, la capital de Georgia.)