Los cruzados de la causa
Durante este verano he estado viendo en TVE algunos capítulos de la serie La transición de Victoria Prego. Es un trabajo serio, bien documentado, si bien algo complaciente con el proceso que terminó con la llegada a España de la democracia. Muchas de las imágenes son ya tópicas, pero hay otras bastante menos conocidas, como las ruedas de prensa de los ministros franquistas o las apariciones del rey junto al ya decrépito dictador (por cierto, estas últimas parecen ser obviadas de forma sistemática cuando los medios de comunicación tiran de archivo). Seguramente, la transición se hizo lo mejor que se pudo hacer; es decir, capeó los problemas más que resolverlos. Para los hooligans de la constitución, aquellos que niegan la conveniencia de alterar una coma, merece la pena recordar el contexto en que se firmó el tratado: en una democracia en pañales, con partidos políticos recién legalizados, el terrorismo perpetrando carnicerías, unos cuerpos de seguridad militarizados y formados en la lógica fascista y un presidente del gobierno cuya principal misión era evitar que le dieran un golpe de estado (bueno, hasta que se lo dieron).
Todo ello me dio pie para reflexionar sobre la variedad de caracteres que hay en España. Tiene algo que ver con las dos Españas de las que hablaba Machado; y, en contra de lo que muchas veces se dice, no tiene que ver con la ideología, sino con el civismo.
España es unas veces un país optimista y hedonista, como si fuera una taberna limpia y tranquila donde uno come sin prisa mientras mira hacia el mar; y en otras ocasiones es un prostíbulo que hiede a podredumbre y cadaverina, un antro en el que medran los zafios, los mediocres o sencillamente los brutos mientras el talento se asfixia. Es esa España del siglo de oro en la que el trabajo era una deshonra, la España del sablazo y del timo, del trepa y del manipulador. Basta leer “Luces de bohemia” para comprobar qué poco había cambiado ese tejido profundo de la sociedad tres siglos después; basta echar un ojo a la prensa nacional para cerciorarse de que ni la democracia ni la entrada de pleno en Europa han eliminado la gruesa capa de caspa subyacente.
Valen como ejemplo de esa estofa social las interpretaciones del Fiscal General delEstado y del juez de guardia de la Audiencia Nacional, cuyo veraniego exceso de celo ha provocado el secuestro del último número de “El jueves”. Imagino que ambos se escudarán en que no hacen más que cumplir la ley, y lo triste es que su coartada legal es válida (si bien no les exime de su gazmoño comportamiento). El problema es (y volvemos a lo de la transición mal resuelta) que continúen vigentes leyes de evidente inspiración antidemocrática, como la tipificación de un delito de injurias a la corona (si es que la propia existencia de la corona no se puede considerar ya en sí misma como antidemocrática).
Mayor perplejidad causan aún los argumentos del celoso del Olmo cuando dice que la caricatura es “claramente denigrante y objetivamente infamante”. Para comprender el criterio de Pumpido y del Olmo se necesita un extenuante ejercicio de imaginación. Claramente denigrante y objetivamente infamante es cada una de las soflamas que escupe cada mañana el inefable Jiménez Losantos en la COPE; claramente denigrantes y objetivamente infamantes son los aires chulescos de la izquierda abertzale, acobardada y atrapada en un descomunal ejercicio de cinismo; claramente denigrante y objetivamente infamante es la campaña de aquellos que llevan más de tres años enredando con la masacre del 11-M (y eso bien lo sabe del Olmo); claramente denigrantes y objetivamente infamantes son algunas consignas fascistas que se escuchan en las manifestaciones de la AVT, como la tantas veces coreada de “Zapatero, vete con tu abuelo”. Produce una profunda desolación que nos hayamos acostumbrado a vivir rodeados de semejantes actitudes y que, en cambio, escandalice una caricatura del príncipe heredero copulando con su señora (función que, por otra parte, forma parte de sus obligaciones con el fin de engendrar una amplia progenie que garantice la continuidad de la casa real).
Es cierto que “El jueves” cae con frecuencia en el humor fácil y en un gusto bastante cuestionable; pero siempre se agradece su irreverencia innegociable, es decir, su libertad. Aquí lo que es verdaderamente zafio es que aún existan leyes que pretendan coartarla.
(Por más que las líneas editoriales de “El jueves” y de este humilde blog difieran de modo notable, no queda otro remedio que publicar la viñeta de marras. Corporativismo positivo o solidaridad gremial, si preferís. Parece que su próximo premio de “El gilipollas de la semana” será ex aequo.)