Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

jueves, julio 05, 2007

El violinista en el fango: Francis Scott Fitzgerald















La primera vez que me topé con Francis Scott Fitzgerlad fue leyendo A moveable feast, el libro que Hemingway escribió sobre sus años en París y que ignoro por qué se tradujo al español como París era una fiesta. Así conocí lo que Gertude Stein llamó la generación perdida, término que acabó por agrupar a los escritores estadounidenses que habían nacido en la última década del siglo XIX y que vivieron en Europa durante los años 20. Con alguna variación, podemos citar entre ellos a John Dos Passos, Ezra Pound, Henry Miller y los citados Hemingway y Scott Fitzgerald. Su romántico auotoexilio se suele atribuir a varios motivos; sospecho que la ley seca en EEUU, vigente en aquella época, no fue uno de los menos importantes.

Para el testosterónico Hemingway debió de ser toda una experiencia conocer al hipersensible Scotty. Hemingway era un tipo tenaz, un escritor que fue labrándose su propio talento con la misma determinación con la que un culturista cultiva su musculatura; en cambio, Scott tenía un talento innato (“tan natural como el dibujo que forma el polvillo en el ala de una mariposa”, dice Hemingway) que le permitía narrar sin esfuerzo mediante una prosa inteligente y sutil.

En París era una fiesta, Hemingway cuenta cómo acompaña a Scott desde París a Lyon para recuperar el coche que ha dejado allí. El relato se mueve entre la acidez y la ternura, y, seguramente, proporciona una idea fiel de lo que Hemingway pensaba de Scott: que era tan irritante como encantador.

Francis Scott Fitzgerald había nacido en 1896 en Minessota. A los veintinueve años, las líneas maestras de su vida estaban ya bien definidas: se había convertido en alcohólico y neurótico, estaba casado con una enferma mental, había publicado tres novelas geniales y se había casi inventado una (de)generación: la edad del Jazz.

Lo más curioso, es que todo eso lo había hecho a base de ridiculizar de forma pertinaz tanto a sí mismo como todo cuanto le rodeaba. Sus libros son una mezcla del desprecio por el oropel del burgués venido a menos y de la melancolía del que sabe que necesita de ese oropel. Scott fue un crítico vitriólico de esa sociedad, pero no cayó en la ingenuidad de creer que podría huir de ella. Más bien, era un genio entre los mediocres, un violinista tañendo con maestría su violín mientras se hunde en arenas movedizas sin hacer nada por escapar.

Cuando Scott murió de un infarto en 1940, ya estaba destruido por el alcohol y la locura de su mujer, Zelda; ella murió ocho años más tarde durante el incendio que arrasó el hospital psiquiátrico en el que estaba internada. Cumplían así lo que las novelas de Scott habían vaticinado: personajes a caballo entre la elegancia y la decadencia, condenados sin remedios a destruirse a sí mismos, como el Anthony Patch de los Hermosos y Malditos o Gatsby en la novela que lleva su nombre.


(En la foto, Sctotty y Zelda. La edad del jazz pasó, pero la inteligencia se conserva fresca.)

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3 Comments:

Blogger Daniel Quinn said...

Pues sí que es casualidad!! Esta misma noche he terminado de leer "París era una fiesta", que me ha dejado un magnífico sabor de boca. Me ha gustado bastante desde el principio, pero creo que a partir de la aparición de Scott Fitzgerald el libro gana muchísimo. Así como he echado en falta algo de profundidad en la relación y ruptura que se sugiere entre Hemingway y Gertrud Stein, creo que el personaje de Scott está retratado de manera implacable, como pocos retratos he visto en la literatura.
A partir de ese capítulo la novela trasciende la autobiografía, y Hemingway nos deleita con el seco lirismo a que nos tiene acostumbrado. Creo que mucho tiene que ver el afecto y la compasión que le despertaba su compatriota, a quien pasó de ver como un padre a ver como un hijo, así como la irritación que le provocaba su esposa Zelda.

Creo que es un buen momento para recordar a la Generación Perdida. Y una duda, ¿la denominación "Generación Perdida" viene realmente de la indicación de Gertrude Stein que aparece en el libro de Hemingway?

Un saludo!

06 julio, 2007 01:30  
Blogger Cuaderno de Trieste said...

Je, je, amigo Quinn, esto parece el comienzo de una novela de Paul Auster...

Creo que has dado en el clavo al decir que la novela te ha dejado "un magnífico sabor de boca". Eso es presisamente lo que yo pienso. Es una novela algo irregular, a veces descafeinada y a veces apasionante; pero lo cierto es que logra transmitir ese espíritu de la belle époque del París de entreguerras.

Desde luego, lo más interesante son las aventuras con Scott, como el viaje a Lyon o las dudas de Scott acerca del tamaño de su pene que terminan en el Louvre.

Respecto a la generación perdida, es, como toda agrupación, una clasificación arbitraria. He visto en ocasiones a Faulkner incluido en el grupo (que coincide por edad y nacionalidad, pero no en su estilo ni en su biografía). Mi preferido, con bastante diferencia es Scott Fitzgerald y, a varios cuerpos de distancia, Henry Miller y Hemingway.

Siempre se dice que el término "une génération perdue" lo acuñó Geretrude Stein. Pero creo que lo único que hace Hemingway en su novela es rememorarlo; supongo que el término ya se había popularizado antes. Y es que Hemingway escribe "París era una fiesta" a finales de los años cincuenta y el libro se publica ya después de su muerte (creo que en 1964).

Por lo visto, durante un viaje a París en 1956, Hemingway se aloja en el Ritz. Allí le recuerdan que aún conservan dos cajas que se dejó en los años veinte y que el escritor ha olvidado por completo. Dentro de las cajas están sus cuadernos de los años parisinos, que le sirven de base para la novela (que luego escribirá entre España y Cuba). La historia no cuenta si el viejo Ernest tuvo que pagar por dejar en depósito dos cajas durante treinta años.

Así que yo tampoco apostaría demasiado a la veracidad de lo que cuenta la novela. Es más, estoy convencido de que muchos detalles (por ejemplo, de las vivencias con Scott) están algo exagerados, y que deben más a la febril imaginación de Hemingway cincuentón que a la neurosis de Scott (que, por cierto, llevaba más de quince años bajo tierra cuando Hemingway comenzó la novela).

Lo que pasa es que a veces la literatura mejora tanto a la realidad que uno prefiere creérsela (al menos a mí me ocurre).

Un saludo, estoy seguro de que nos encontarremos en próximas lecturas.

06 julio, 2007 13:56  
Blogger Daniel Quinn said...

Muchas gracias por la prolija explicación!! :)
Lo cierto es que tiene mucho encanto creerse lo que dicen ciertos libros, sea o no verdad. De todas formas, ya se recuerda en la nota final que estamos ante un libro de ficción... (aunque no termine de creérmelo, jeje)

Un saludo!

07 julio, 2007 03:16  

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