Faulkner en Getxo
Acabo de terminar una aventura lectora que me ha tenido enredado un mes largo. Se trata de Verdes valles, colinas rojas, la desaforada novela que Ramiro Pinilla ha tardado veinte años en escribir; más de dos mil páginas repartidas en tres gruesos tomos que abarcan desde la salida mítica del mar de los fundadores de Getxo hasta la erección del Guggenheim como alegoría del título del tercer volumen, Las cenizas del hierro.
La historia va avanzando lastrada por la densidad del pasado; para los personajes de Verdes valles, colinas rojas, el pasado no es un ornamento de la memoria, sino una carga inexorable que les obliga a abolir la propia idea de futuro. Por supuesto, la válvula que permite que la novela respire entre tanta opresión es el humor.
Y es esa pesadez del pasado que equipara presencias de vivos y muertos la que emparenta a Ramiro Pinilla con Faulkner. Las voces ancestrales no dejan a los vivos en paz. Lo que Faulkner inventó para los sudistas derrotados en la Guerra de Secesión cobra nuevos significados al aplicarlo sobre una sociedad tan convulsa como la vasca. Y ahí aparece el humor, que Pinilla utiliza para rebanar cabezas a diestro y siniestro (bueno, más a diestro). El nacionalismo queda rebajado a imaginería primitiva y absurda. Y es que en Verdes valles, colinas rojas la patria no es Euskadi, sino Getxo; y, apurando, la playa de Arrigúnaga, cuna del mito.
Ramiro Pinilla fue un escritor de cierto éxito en los años 60 y 70. Prueba de ello son su Premio Nadal de 1960 por Las ciegas hormigas y su finalista del Planeta en 1972 por Seno. Pero harto de las inicuas políticas editoriales de sus mecenas, se encerró en su caserío de Gexto.
Durante los siguientes veintidós años publicó algunos libros en una editorial independiente que él mismo había fundado. También se dedicó a cultivar tomates y criar gallinas. Y entre ellos fue acumulando el original de la que iba a ser su gran novela: más de tres mil quinientos folios manuscritos de epopeya vasca.
El resto de la historia es más conocido. Volvieron el éxito y los premios. Supongo que poco alterarán ya a quien se ha forjado en la soledad de la escritura durante tanto tiempo. Lo único que importa es que ahora su inmensa novela llegará a miles de lectores.
La historia va avanzando lastrada por la densidad del pasado; para los personajes de Verdes valles, colinas rojas, el pasado no es un ornamento de la memoria, sino una carga inexorable que les obliga a abolir la propia idea de futuro. Por supuesto, la válvula que permite que la novela respire entre tanta opresión es el humor.
Y es esa pesadez del pasado que equipara presencias de vivos y muertos la que emparenta a Ramiro Pinilla con Faulkner. Las voces ancestrales no dejan a los vivos en paz. Lo que Faulkner inventó para los sudistas derrotados en la Guerra de Secesión cobra nuevos significados al aplicarlo sobre una sociedad tan convulsa como la vasca. Y ahí aparece el humor, que Pinilla utiliza para rebanar cabezas a diestro y siniestro (bueno, más a diestro). El nacionalismo queda rebajado a imaginería primitiva y absurda. Y es que en Verdes valles, colinas rojas la patria no es Euskadi, sino Getxo; y, apurando, la playa de Arrigúnaga, cuna del mito.
Ramiro Pinilla fue un escritor de cierto éxito en los años 60 y 70. Prueba de ello son su Premio Nadal de 1960 por Las ciegas hormigas y su finalista del Planeta en 1972 por Seno. Pero harto de las inicuas políticas editoriales de sus mecenas, se encerró en su caserío de Gexto.
Durante los siguientes veintidós años publicó algunos libros en una editorial independiente que él mismo había fundado. También se dedicó a cultivar tomates y criar gallinas. Y entre ellos fue acumulando el original de la que iba a ser su gran novela: más de tres mil quinientos folios manuscritos de epopeya vasca.
El resto de la historia es más conocido. Volvieron el éxito y los premios. Supongo que poco alterarán ya a quien se ha forjado en la soledad de la escritura durante tanto tiempo. Lo único que importa es que ahora su inmensa novela llegará a miles de lectores.
(En la foto, el escritor vasco Ramiro Pinilla sin txapela; lo normal es que la lleve. Os dejo un link con entrevista al autor.
Etiquetas: Getxo, Ramiro Pinilla, Verdes valles colinas rojas