El caso Handke
Durante los últimos meses he seguido con interés la polémica que ha envuelto al escritor austriaco Peter Handke. Resumo la secuencia de los hechos.
-Handke, encarnizado serbófilo, acude al funeral de Slobodan Milosevic en Belgrado, donde pronuncia unas palabras.
-Se prohíbe el estreno de una obra de Handke en el Orfeón de París (hasta donde yo sé, la prohibición no se debe al contenido de la misma, sino simplemente a su autoría).
-La ciudad de Dusseldorf concede a Handke el Premio Heine. Se supone que el galardón se concede a personalidades intelectuales “comprometidas con los derechos del hombre y que sirvan a la comprensión entre los pueblos”.
-Tras el escándalo provocado en Alemania (y ante la previsible revocación del premio) Peter Handke renuncia a él.
El caso trae a colación un asunto siempre espinoso: la ética del artista. ¿Deben tenerse en cuenta los posicionamientos morales y políticos a la hora de valorar la calidad artística de una obra? Personalmente creo que no. Aunque uno sea tan hipócrita como Dalí abrazando el nacionalcatolicismo, o tan antisemita como Celine, o tan complaciente con Fidel Castro como García Márquez, o compadree con sujetos tan detestables como Milosevic, la obra no debe quedar por ello rebajada.
La imagen actual del escritor de éxito es la que representa Saramago: un excelente escritor y al tiempo un hombre bondadoso y lúcido que no tiene reparos en alzar la voz contra lo que considera injusto. Pero la historia de la literatura está plagada de sujetos de muy distinto pelaje, individuos inadaptados o incluso despreciables: suicidas (Hemingway), maniacos autodestructivos (Scott Fitzgerald), conspiradores condenados a muerte (Dostoyevski), vagabundos puteros (Henry Miller), constructores de pantanos que anegan pueblos (Juan Benet), enfermos mentales (Malcolm Lowry), alcohólicos (prácticamente, todos los mencionados), pedófilos (Antonio Machado), Rimbaud y Verlaine (que pueden ser incluidos en casi cualquier categoría de las anteriores), y hasta ministros (André Malraux). Y todas estas edificantes conductas nada revelan, ni a favor ni en contra, de su valía literaria, sino únicamente de su condición y de sus aficiones y/o afecciones.
Existen situaciones de todo tipo. Hay buenos escritores de cuya bonhomía no tengo duda alguna, como por ejemplo, Antonio Muñoz Molina, y otros que, me parece a mí, caen en el cinismo de las medias verdades en cuanto se lanzan a la arena política, por ejemplo, Vargas Llosa. Para evidenciar la confusión vale añadir que el primero dijo del segundo que si bien sus artículos de opinión son inequívocamente conservadores, sus novelas siempre se inclinan por defender al más débil (la tercera faceta del peruano, la de crítico, tampoco tiene desperdicio; en el excelente La verdad de las mentiras demuestra que es capaz de encontrar alusiones anticomunistas en cualquier papel impreso, desde las devastadoras metáforas de Orwell hasta el Pravda soviético, si se pone).
El caso Handke es sólo una muestra más de la polémica. Seguramente tiene razón cuando habla sobre el sufrimiento olvidado de los serbios; pero eso no le resta un ápice de culpa al siniestro ex-presidente yugoslavo. Cada uno es libre para defender lo que estime oportuno. Pero es detestable ver a un intelectual tomar la palabra en el sepelio de un dictador corrupto y genocida (o al menos cómplice de la barbarie).
(En la foto se ve el Stari Most, el puente antiguo de Mostar sobre el río Neretva, en Herzegovina. Durante la guerra fue destruido por las fuerzas croatas. La ciudad quedó arrasada por obuses y francotiradores. El puente fue reconstruido y los mozalbetes de Mostar siguen saltando desde él para impresionar a las jovencitas).
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