Cuaderno de Trieste

Blog personal de Gabriel Rodríguez

jueves, octubre 15, 2009

Instantáneas de París



1. No, no he estado perdido en París todos estos meses. He estado perdido en otros lugares. Dentro de mí mismo, la mayor parte del tiempo. Aunque también me perdí un rato por París.

2. Tal vez no importe donde uno esté. Dice Alberto Manguel en el prólogo de Hotel Nómada de Cees Nooteboom que un nómada es aquel que nunca está en ningún lugar. Lo cierto es que vaya donde vaya uno, sólo importa aquello que se haya traído consigo. Lo mismo da París que Sarajevo que Delhi.

3. El caso es que me perdí un rato por París. O tal vez fuera a París con intención de perderme, aunque no terminara de perderme por completo. Paseé con fruición por la Rue de Rivoli, el Boulevard Raspail y el Boulevard de Montparnasse hasta que se me desgastaron los meniscos tanto como las suelas de las zapatillas. Ya sabía, desde luego, que no iba a encontrar nada que no hubiera traído en la mochila; pero tranquiliza mucho buscar sabiendo que uno no corre el riesgo de encontrar nada.

4. Es inevitable buscar el punto en que arranca Rayuela: “¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la Rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota desde el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts,… “. Me sitúo allí y, al igual que Horacio Oliveira, tampoco encuentro a la Maga. Menos mal, pienso, porque tampoco la buscaba. Sólo veo a docenas de arrapiezos alemanes, holandés, ingleses y americanos que beben botellas de cerveza sentados sobre los tablones del Pont des Arts, indiferentes a la luz de ceniza y olivo que sube desde el río.

5. A la mañana siguiente me dedico al turismo necrófilo en el Cementerio de Montparnasse. Doy unas cuantes vueltas hasta que encuentro el lugar en que está enterrado Julio Cortázar junto con Carol Dunlop. Hay algunas ofrendas, papelitos con notas de agradecimiento, canicas, flores, lápices. Pero no hay ni un solo gato. Tal vez eso sería lo que más le hubiera gustado a Cortázar. Un gato ronroneando permanentemente sobre su lápida.

6. Entro en el Café de Flore y me siento en una mesa. Pido un café y me dedico a observar el mobiliario. Bancos con tapizado rojo y espejos por todas partes. El sitio no tiene nada de especial, aparte de lo fácil que resulta mitificarlo. Intento escuchar las voces de Sartre, Beauvoir y Camus retumbando contra las paredes, pero sólo escucho a dos japonesas consultando su Lonely Planet en la mesa de al lado. Sobre la mía, el ticket me recuerda que debo 6 € por mi café solo.

7. Puestos a hablar de bares, leo en París no se acaba nunca de Vila-Matas el encontronazo que tuvieron Ernest Hemingway y André Malraux durante la liberación de París. Cuenta la leyenda que Hemingway se adelantó unas horas a la entrada en París de los aliados y liberó el bar del Ritz. Cuando llegó Malraux con sus tropas regulares, Hemingway y los suyos llevaban ya varias horas celebrando su victoria con champán y coñac. Y ante el desprecio del francés por el americano, uno de lo fieles seguidores del segundo se le acercó y le preguntó: “¿Podemos fusilar a este gilipollas?”.
De haber sido Hemingway (aún) más temperamental nos habríamos ahorrado de una sola vez dos cosas tan feas como un político gaulista y un pésimo escritor de novelas.

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