Peligroso hombre sabio: Krahe
Como el fiel que renueva sus votos cada cierto tiempo, uno siempre termina regresando a los mismos lugares; es decir, leyendo a los mismos autores, escuchando a los mismos músicos o viendo las mismas películas. Y no es fácil prever cómo nos reencontraremos con esos preciados amuletos cuyo recuerdo conservamos idealizado en la memoria; es decir, nunca sabe uno si habrá envejecido mejor o peor que su amuleto.
Entre los míos, figura desde hace bastante Javier Krahe, que no envejece, al menos desde que se le blanqueara la barba como una orla de su perfil enjuto, solemne y burlón a un tiempo.
Sucede con Javier Krahe que la gente siempre se ha reído mucho con sus canciones, en parte por su agudeza, en parte por sus rimas consonantes e impredecibles (“Yo, que siento por Jesús / repelús”). Pero lo cierto es que yo, por mi parte, me lo tomo cada vez más en serio; sospecho incluso que toda esa apariencia quijotesca de Krahe no es más que un disfraz, digamos un excipiente, que camufla su amalgama de lucidez y ternura.
Y es que las canciones de amor de Krahe son más lacerantes que la mismísima copla, sus lamentos nocturnos son más amargos que el blues, sus reflexiones son proyectiles más certeros que cualquier panfleto pseudopunk e, incluso, su relectura de los clásicos (“Yo, como Ulises he sido/de Penélope el marido”) es crítica literaria en estado puro.
Pero seguramente a Krahe le gusta pasar desapercibido, camuflado de genial entretenedor del público que jalea sus letras como si de las oraciones de un culto en vías de extinción se tratara. De hecho, es esa libertad tan natural la que le ha ocasionado problemas con los siempre alertas bienpensantes a diestro y siniestro (y ojo, que los de siniestro son tan gazmoños como los de diestro). Y al mismo tiempo Krahe se ríe por fuera y conserva la seriedad por dentro, mientras nos afea nuestra rutina burguesa en los tres minutos de “No todo va ser follar”.
Así que no os dejéis engañar por este hombre de aspecto bonachón que propaga consignas anarquistas; y, por supuesto, tampoco os perdáis ni uno solo de sus conciertos.
Entre los míos, figura desde hace bastante Javier Krahe, que no envejece, al menos desde que se le blanqueara la barba como una orla de su perfil enjuto, solemne y burlón a un tiempo.
Sucede con Javier Krahe que la gente siempre se ha reído mucho con sus canciones, en parte por su agudeza, en parte por sus rimas consonantes e impredecibles (“Yo, que siento por Jesús / repelús”). Pero lo cierto es que yo, por mi parte, me lo tomo cada vez más en serio; sospecho incluso que toda esa apariencia quijotesca de Krahe no es más que un disfraz, digamos un excipiente, que camufla su amalgama de lucidez y ternura.
Y es que las canciones de amor de Krahe son más lacerantes que la mismísima copla, sus lamentos nocturnos son más amargos que el blues, sus reflexiones son proyectiles más certeros que cualquier panfleto pseudopunk e, incluso, su relectura de los clásicos (“Yo, como Ulises he sido/de Penélope el marido”) es crítica literaria en estado puro.
Pero seguramente a Krahe le gusta pasar desapercibido, camuflado de genial entretenedor del público que jalea sus letras como si de las oraciones de un culto en vías de extinción se tratara. De hecho, es esa libertad tan natural la que le ha ocasionado problemas con los siempre alertas bienpensantes a diestro y siniestro (y ojo, que los de siniestro son tan gazmoños como los de diestro). Y al mismo tiempo Krahe se ríe por fuera y conserva la seriedad por dentro, mientras nos afea nuestra rutina burguesa en los tres minutos de “No todo va ser follar”.
Así que no os dejéis engañar por este hombre de aspecto bonachón que propaga consignas anarquistas; y, por supuesto, tampoco os perdáis ni uno solo de sus conciertos.
Etiquetas: Krahe