La doble carga de los perdedores
Durante las últimas semanas se ha desencadenado una oleada de histeria colectiva a raíz de que Günter Grass confesara su pertenencia a las Waffen-SS. Requiere un cierto esfuerzo abrirse paso entre tanta idiotez leída y construir una opinión propia. La que yo tengo sobre el autor alemán, vaya ya por delante, no ha variado ni un centímetro.
Para empezar, no entiendo el origen del revuelo. Grass nunca ha negado que pertenencia al partido nazi en su juventud. Teniendo en cuenta que al final de la guerra fueron movilizados hasta los niños, nada hay de extraño en que él también participara en la defensa de su país (a cuya población civil los aliados no tuvieron empacho alguno en masacrar, tal y como ocurrió en Dresde). Grass ha declarado que no llegó a disparar un solo tiro antes de ser apresado por los estadounidenses; auque de no haberlo hecho, no creo que el asunto cambiara demasiado. Si en 1945 el ejército alemán y las SS alistaban a adolescentes sin miramiento alguno, ¿para qué carajo creen los biempensantes que lo hacían? ¿Para sacar brillo con una bayeta a la cruz gamada del Reichstag? (Es especialmente sangrante que alguien se atreva a hacer la crítica desde España, país que nunca ha hecho purga de conciencia de sus atrocidades).
Uno de los argumentos que me he encontrado, aún no sé si para defender o para denostar aún más a Grass, es el paralelismo con Louis-Ferdinand Céline, que además de un interesante novelista, era un nazi y antisemita convencido. Francamente, no sé quién puede tomar en serio la comparación. Si alguien se molesta en observar la cronología comprobará que Céline nació en 1894, con lo que la segunda guerra mundial le pilló bastante crecidito (de hecho, ya era un escritor de éxito en Francia). Günter Grass nació en 1927. Es decir, tenía cinco años cuando Hitler llegó al poder, doce cuando Alemania invadió Polonia y diecisiete cuando el Ejército Rojo entró en Berlín. La propaganda nazi formó parte de su educación cotidiana. Si algún lector considera que en la adolescencia de cada uno no se manifiesta con vehemencia el idiota que todos llevamos dentro, le ruego que nos explique su experiencia.
Otro de los lugares comunes de estas semanas ha sido que Grass ha revelado su secreto en un momento estratégico: justo cuando iba a publicar su libro de memorias Pelando la cebolla. Es evidente que el momento no ha sido el más oportuno, y que la confesión es algo tardía, pero dudo que al nobel alemán le haga falta promoción alguna cuando es uno de los autores más populares de Europa y escribe en la principal lengua materna de la Unión Europea. No creo que el momento elegido por Grass pueda deberse a una maniobra calculada.
Lo ha quedado claro es que seguimos observando el mundo bajo la repugnante mitología de los vencedores y los vencidos o de la bondad contra la maldad: Si Günter Grass hubiera combatido con los llamados aliados ninguna polvareda entorpecería la visibilidad de su enorme figura; por más tropelías que hubiese perpetrado bajo el uniforme de los vencedores.
(La imagen de Günter Grass es paradigma del escritor intelectual, por más que haya revelado que desde hace años no enciende su pipa, sólo la mordisquea. En otra ocasión, con las aguas más calmadas, trataremos la inmensa dimensión literaria del autor alemán.)
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