Hasta siempre, Cebrián
En estos últimos meses negros en los que se nos fueron Bergman y Fernán Gómez entre otros, hubo un golpe especialemente traicionero. Se murió Juan Antonio Cebrián, de repente y sin despedirse, a los 41, con infinidad de proyectos por delante.
Le pedí a mi amigo Raúl Cuervo que escribiera algo para el blog. Compartimos, además de la afición al bourbon, el cariño hacia Cebrián. Ahí van nuestros pequeñas cartas de despedida.
Hasta siempre, Cebrián
Venía ya uno con el alma radiofónica, esa que parpadea en la oscuridad, bastante revuelta porque hace nada se nos había ido Carlos Llamas, ejemplo vivo de que la ternura y la acidez, no son incompatibles; y es esas, se nos murió Juan Antonio Cebrián.
Había comenzado a escucharle hace unos cuantos años, si bien, como en toda relación de amistad, me distancié de él en varias ocasiones. Pero aunque durante algún tiempo no pasara por allí, nunca me olvidé de que la casa de Cebrián estaba abierta. Su casa era La rosa de los vientos, que además era la casa de todo aquel que quisiera entrar y sentarse junto al fuego abrazado a una copa de oporto a escuchar buenas historias. A veces, qué se le va a hacer, uno prefiere vagar solo por las calles de madrugada, pero siempre consuela saber que hay puertas que siguen abiertas, por más que haga mucho tiempo que uno no las franquea. No sé si los que hacen la radio nocturna tendrán idea de la cantidad de vidas de insomnes que han alargado.
Fueron pasando los años, pero la impresión inicial que había tenido de Cebrían no varió en absoluto. Cebrián era el compañero de clase de la fila de atrás, inteligente, noble y gamberro a partes iguales, de esos que lo comparten todo y te llegan al cerebro pasando por el corazón.
A su lado recorrí muchos kilómetros, viajes nocturnos de aquí para allá en los que escuchaba sus Pasajes de la historia. La monotonía de la autopista o el ronquido de algún compañero de viaje quedaban enseguida atrás, y uno se veía inmerso en la batalla de las Termópilas, en la revuelta de los bóxers en China o en las disputas conyugales del mismísimo Sócrates.
Y es que Cebrián tenía esa vocación por compartir que requieren los divulgadores. Si Carl Sagan logró en los años 80 que taxistas, enfermeras y ferreteros discutieran sobre nebulosas y quásares, Cebrián nos hizo preguntarnos si Rober E. Lee había sido un traidor o por qué rayos Aníbal no había arrasado Roma cuando tuvo ocasión de hacerlo.
Queda el vago consuelo de saber que los grandes capitanes dejan el rumbo marcado en su rosa de los vientos cuando se van; y queda, claro está, la obligación de seguir navegando.
Gracias, Cebri.
(Os dejo unos links como banda sonora de la lectura.
http://es.youtube.com/watch?v=Vr5d0Otp8FU
http://es.youtube.com/watch?v=pW-Njfe6zcg )
Etiquetas: Cebrián, La rosa de los vientos
3 Comments:
Estupendo post y muy interesante el blog.
Enhorabuena y un saludo del Canibalibro.
Saludos:
Me ha encantado tu blog. Tiene giros muy interesantes.
Por favor, recibe mi invitación a visitar mi blog, Escalera al suelo (http://escondrijocobarde.blogspot.com/).
Gracias a los dos. En cuanto tenga tiempo, prometo devolveros la visita.
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