Poe según Cortázar
Este verano le hinqué al fin el ojo a uno de los libros a los que más ganas le tenía: la colección completa de los cuentos de Edgar Allan Poe que Julio Cortázar tradujo y editó en 1956. El encargo le llegó al argentino desde la Universidad de Puerto Rico, en la que entonces trabajaba el sin par Francisco Ayala.
Cortázar siempre confesó que traducir a Poe era uno de los trabajos que había realizado con mayor gusto. Ese placer impregna todo el libro y hace que el lector se sienta doblemente complacido; se diría que Cortázar nos acomoda en el sillón de orejas, enciende la chimenea y nos sirve la copa de oporto para que nosotros podamos centrarnos en la lectura.
La semblanza que Cortázar hace de Poe tampoco tiene desperdicio. Elucida con pasión el periplo vital de escritor bostoniano, y, allí donde la historia no llega, apunta lo que encuentra más probable. Nos cuenta así cómo Poe se educó como un caballero sudista, lo que explicaría tanto ciertas posiciones políticas como su inclinación hacia la salmodia tétrica y la fascinación necrófila. También sostiene Cortázar que Poe no era alcohólico, si consideramos como tal a quien abusa de la bebida. Siempre según el argentino, Poe padecía una severa hipersensibilidad al alcohol que lo catapultaba a un estado de lucidez alucinada casi desde el primer trago.
Esa tormentosa relación con el alcohol junto con algunos otros factores decisivos, como su temprana orfandad o su apasionamiento por las mujeres, conformaron una personalidad que se ajusta a los cánones del héroe romántico: un extraño equilibrio entre fortaleza y fragilidad, una tendencia suicida a beberse la vida a borbotones hasta consumirla. El más claro testimonio de ese fervor son sus cuentos y poemas. Cuando escribió su poema más célebre, El cuervo, estaba en la cima de su carrera; y sin embargo, bien sabía Poe que todo lo que le quedaba era ya deslizarse sin remedio, cada vez a mayor velocidad, hacia su propio abismo.
Y es que al igual que aquel magnifico y aterrador Dostoyevski que Coeztzee imaginó en El maestro de Petersburgo, Poe sabe que vivir es un precio: el precio que debe pagar por poder escribir. Atormentado por sus demonios interiores (los más crueles y, quizás, los únicos en verdad temibles) murió tras varios días de delirio etílico. Tras él quedaron sus cuentos y poemas, como una sincera y embriagadora invitación para compartir esos mismos demonios.
Ahí tenéis una lectura ideal para las tormentosas noches de este otoño. Julio y Edgar os esperan. Sentaos, leed y, sobre todo, no abráis la puerta a nadie.
Cortázar siempre confesó que traducir a Poe era uno de los trabajos que había realizado con mayor gusto. Ese placer impregna todo el libro y hace que el lector se sienta doblemente complacido; se diría que Cortázar nos acomoda en el sillón de orejas, enciende la chimenea y nos sirve la copa de oporto para que nosotros podamos centrarnos en la lectura.
La semblanza que Cortázar hace de Poe tampoco tiene desperdicio. Elucida con pasión el periplo vital de escritor bostoniano, y, allí donde la historia no llega, apunta lo que encuentra más probable. Nos cuenta así cómo Poe se educó como un caballero sudista, lo que explicaría tanto ciertas posiciones políticas como su inclinación hacia la salmodia tétrica y la fascinación necrófila. También sostiene Cortázar que Poe no era alcohólico, si consideramos como tal a quien abusa de la bebida. Siempre según el argentino, Poe padecía una severa hipersensibilidad al alcohol que lo catapultaba a un estado de lucidez alucinada casi desde el primer trago.
Esa tormentosa relación con el alcohol junto con algunos otros factores decisivos, como su temprana orfandad o su apasionamiento por las mujeres, conformaron una personalidad que se ajusta a los cánones del héroe romántico: un extraño equilibrio entre fortaleza y fragilidad, una tendencia suicida a beberse la vida a borbotones hasta consumirla. El más claro testimonio de ese fervor son sus cuentos y poemas. Cuando escribió su poema más célebre, El cuervo, estaba en la cima de su carrera; y sin embargo, bien sabía Poe que todo lo que le quedaba era ya deslizarse sin remedio, cada vez a mayor velocidad, hacia su propio abismo.
Y es que al igual que aquel magnifico y aterrador Dostoyevski que Coeztzee imaginó en El maestro de Petersburgo, Poe sabe que vivir es un precio: el precio que debe pagar por poder escribir. Atormentado por sus demonios interiores (los más crueles y, quizás, los únicos en verdad temibles) murió tras varios días de delirio etílico. Tras él quedaron sus cuentos y poemas, como una sincera y embriagadora invitación para compartir esos mismos demonios.
Ahí tenéis una lectura ideal para las tormentosas noches de este otoño. Julio y Edgar os esperan. Sentaos, leed y, sobre todo, no abráis la puerta a nadie.
(Esta fantasmagórica imagen es la más clásica que hay de Poe. Su mirada parece revelar el miedo contenido de los que han comprendido ya qué les depara el futuro.)
Etiquetas: Coetzee, Dostoyevski, Edgar Allan Poe, El cuervo, Julio Cortázar
4 Comments:
Siga leyendo Sr.Triestero, que sus posts nos deleitan de gotas de sapiencia y nos animan a visitarle de tanto en tanto.
Gracias, Francesco. Estoy seguro de que muchos habéis disfrtutado ya o vais a disfrutar tanto como yo leyendo a Poe.
Un saludo.
Cuaderno de Trieste?
La mayor parte de la gente de Trieste tiene una vision muy limitada de Trieste, solo (re)conoce su caracter italiano, o se pierde en fantasia mitteleuropeas, o se olvida de Italia,...
Morrison tenia una vision global de la ciudad, y por eso se sentia extranjero, por ser mas profundo que los locales...
Pero si nunca has estado alla, definirse extranjero respecto a la ciudad es una afirmacion totalmente vacia de sentido. Mucho me temo que de Morrison no has escuchado la voz, solo has leido el titulo de su estupendo libro sobre la ciudad...
Un Triestino que se siente tanto a casa a l'extranjero... cuanto extranjero es su ciudad.
Hola, triestino anónimo:
Estoy seguro de que es cierto que la mayoría de la gente de Trieste tiene una visión muy limitada de su ciudad; pero supongo que eso mismo ocurre en Cracovia, Nueva York o Ponferrada. Yo creo que cada viajero se inventa el lugar al que llega, mezclando un poco historia, tópico y experiencia personal; así lo hacen Cees Nooteboom, Günter Grass, Kapuscinski o, por seguir con las fantasías mitteleuropeas, tu paisano Magris.
Personalmente, yo no me defino como extranjero respecto a ningún sitio concreto. Para mí, el extranjero es simplemente el último en llegar a un sitio, el que menos sabe, el que tiene que olvidar cuanto conoce y comenzar a aprender desde cero.
Por eso me gustó lo que González Sainz contaba de Trieste; cómo regresaba cada noche a un lugar en el que seguía siendo un extraño. Fantaseando con esa idea salió el título del blog, con poco que ver con el Trieste real. Un no-lugar desde el que escribir, una atalaya imaginaria. Dice Alberto Manguel que el nómada es aquel que nunca está en ningún lugar. Esa era la idea.
¿Morrison? De Morrison no creo haber hablado nunca. He escuchado (claro que sí) las voces de dos Morrison diferentes, pero no he leído ni libro ni título sobre Trieste que tenga que ver con ellos. El primer artículo del blog tiene gran parte de entrecomillado; en las primeras comillas cito a Vila-Matas, y la frontera de las segundas marca la cita que Vila-Matas hace de González Sainz. Me hago responsable de lo que firmo yo, lo que que no significa que pretenda hacer mío lo que entrecomillo (y cuya procedencia cito).
Te agradezco el comentario, y, si quieres seguir con la discusión, será un placer intentar justificarme de nuevo.
Un saludo desde mi no-Trieste hacia tu sí-Trieste.
Publicar un comentario
<< Home