Wilder
Hace unas noches volví a ver Primera plana, de Billy Wilder. La recordaba como una película meramente simpática, una obra menor del director de origen austriaco. Esa impresión se desvaneció a los pocos minutos, y ahora sólo puedo atribuirla a que debí de ver la película por primera vez en un mal día. O muy malo, si se tiene en cuenta mi afición incondicional por Susan Sarandon.
Wilder es uno de los mejores directores de la historia. Aunque en todo superlativo hay bastante de exageración, su genialidad está avalada por un buen puñado de obras maestras. Pero la singularidad de Wilder va más allá. Lejos de quedarse en la comedia, el austriaco se movió como un ágil pececillo en las revueltas aguas de Hollywood. Cuando, según él, se sentía triste, escribía las comedias más divertidas (Uno, dos, tres, En bandeja de plata, El apartamento, Con faldas y a lo loco…); y cuando estaba exultante, un drama (El crepúsculo de los dioses, El gran Carnaval, Fedora…). No sabemos cómo se encontraba cuando dirigió Perdición, una de las mejores películas de cine negro de todos los tiempos. En cualquier caso, si analizamos la proporción deduciremos que tenía una cierta tendencia a la depresión.
Lo que lo hace único es su agilidad mental a la hora de escribir. La rapidez de los diálogos, el ritmo vertiginoso, los recurrentes guiños al musical: todas son marcas de fábrica de Wilder. Sin embargo, bajo la ligereza del humor se asientan enormes dosis de mezquindad humana. Su humor es socarrón, cínico, cruel en ocasiones. Lo utiliza para descarnar a sus personajes. La ternura es regulada con cuentagotas.
Un elocuente ejemplo del cuajo de Wilder es Traidor en el infierno. La película se rodó en 1953, es decir, sólo siete años después del final de la Segunda Guerra Mundial. En ella se narran las vivencias de un grupo de soldados estadounidenses presos en un lager alemán. Lo curioso es que los soldados se comportan más como adolescentes revoltosos en un campamento de verano que como angustiados prisioneros de los nazis. Cuatro décadas después de frivolizar con los campos de prisioneros alemanes, Wilder le contó a Fernando Trueba que había visto La lista de Schlinder más de media docena de veces. Ante la perplejidad del director madrileño, el Wilder ya nonagenario le explicó que en aquella película trabajaban muchos extras; y que él, que había perdido a su familia en Austchwitz rebuscaba incansablemente entre tanto rostro anónimos aquellos que nunca había vuelto a ver, los de su madre y su hermana.
Ahora Cuatro le dedica un homenaje (centenario de Wilder; de los aniversarios ya hemos hablado en esta página). Durante los viernes de julio se podrán ver varias de sus películas. Una vacuna imprescindible en malos tiempos para la inteligencia (que son casi todos).
(La imagen es un fotograma de Perdición, fidelísima traducción de lo que Wilder tituló Double Idemnity. Fred MacMurray es observado por Edward G. Robinson, que interpreta a su mejor amigo. Hay quien dice que el trasfondo es la historia de amor entre ambos…)
Etiquetas: Billy Wilder, Eduard. G. Robinson, El gran carnaval, Fedora, Fred MacMurray, Perdición, Primera plana, Traidor en el infierno, Trueba
2 Comments:
soy invisible, escribo y desaparezco. Lo más inquietante es que no me molesta. Me gustó mucho la pelicula recomendada , a ver si en el ciclo de Wilder cazo más... no se si esto llegará a Trieste.. o quedará en el espacio...hasta la próxima... quiero tomar café de ese que toma Juan Cueto ...
Hola ga soy ivan, por si no aparece en el remite. No me canso de leer tus comentarios. Son buena literatura. Debiste hablar con Garci para fumar, beber guiski y ya de paso comentar alguna que otra pelicula.¿ De donde salio la historia del cineasta?, me intriga.
Por cierto, me encuentro aqui en mi Trieste particular pero eso no es óbice para que mis amigos me vengan a visitar. Cuidaros mucho, recuerdos al club de los jueves ( "y el viernes en la cama te esgueves").
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