Viento y mecedoras
Parece que Truman Capote ha vuelto a ponerse de moda debido al estreno de la película que lleva su nombre. No la he visto, pero creo que cuenta el proceso de construcción de la novela A sangre fría.
Vaya por delante que me producen alergia esas resurrecciones oportunistas, ya sean con motivo de un aniversario, defunción del propio artista, estreno de película o cualquier otro acontecimiento por poco que éste tenga que ver con la obra en sí. Supongo que la psicosis quijotesca que anegó el país el año pasado habrá vacunado a una generación de españoles contra la lectura de las aventuras del ingenioso hidalgo. A pesar de lo dicho, acabo de leer Otras voces, otros ámbitos, la primera novela de Capote, publicada en 1944. La lectura me lleva a confirmar lo que ya sospechaba.
La figura de Capote como escritor (que incluye su pertenencia a la farándula mediática de la época) es tan alargada que tapa sus propias obras. En general, se tiende a conocer menos sus libros que sus citas, como la recuperada por Almodóvar “A quien dios le da un don también le da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse” o la celebérrima “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio.”
Esa imagen popular de Capote proviene, además de por sus hiperbólicas citas, de sus dos libros más conocidos. De Desayuno en Tiffany’s le queda el mito de juerguista y frívolo neoyorkino, como si la alocada y encantadora Holly no fuera más que un reflejo del propio autor; y de A sangre fría (que no es, ni de lejos, su mejor obra) ese reverso oscuro de un tipo que reconoce que de no haberse convertido en escritor podría haberlo hecho en asesino.
Pero en realidad Capote es un escritor sureño hasta la médula. Sus mejores libros entroncan con la gran literatura del sur de los Estados Unidos, la de William Faulkner, la de Carson McCullers; relatos susurrados por voces que llevan la marca de esa imaginería alucinada y epidérmica del sur. Son historias que siempre conservan algo de misterioso, de clandestino, avisando así al lector de que algunos secretos siempre permanecerán ocultos para el forastero. Ese es el gran Capote: el de Música para camaleones, El arpa de hierba, Otras voces, otros ámbitos. El de esas historias que se dejan escuchar en el viento, sentado en una mecedora en el porche.
(La imagen que acompaña es South Carolina Morning, pintado por Edward Hopper en 1955. De Hopper hablaremos otro día, posiblemente.)
Etiquetas: A sangre fría, Desayuno en Tiffany's, El arpa de hierba, Hopper, Música para camaleones, Truman Capote
3 Comments:
Alabar tu buen gusto eligiendo imágenes no es un menosprecio a la calidad literaria de los textos que acompañan. Es más bien un adelanto a una "crítica" que tendré que rumiar un poco más. Porque una se siente abrumada frente a tantas palabras que nunca ha utilizado ;)
Así que, de momento, gracias por descubrirnos tan bellas estampas.
Y nota rápida para subsanación y posterior destrucción (basta con borrarla tras leerla, tengo entendido que puedes hacer eso:
- quinta línea bajo la imagen "...que ver CON la obra en si..."
- Y aunque no sea TÚ DIOS creo que se sigue escribiendo con mayúscula, ¿me equivoco?
Gracias por tu atenta lectura, lectora Vera. El primer error es mío y sólo mío. Se me cayó un "con". Ya está corregido. Pido humildes disculpas a los miles de lectores; Y el segundo es una cita, ya que va entrecomillado. Habrá que preguntarle al amigo Truman si su dios era un nombre propio o común...
Besos a todos/as
Gabriel
Querido Trieste:
Me gusta eso de Capote que de no haberse convertido en escritor lo habría hecho en asesino. Ya me recomendará usted más libros suyos cuando acabe de leer los naufragios de Cabeza de Vaca... :p
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