Primavera en Salamanca y algunas lecturas
Paso la última parte del curso en Salamanca. Llego en tren una mañana con la esperanza de quedarme algún tiempo. Nunca había estado antes aquí en primavera y la ciudad rebosa vida. La Plaza Mayor parece estar siempre renovándose.
Los primeros días son aún frescos. Una persistente llovizna de madrugada deja limpias las mañanas. Luego vendrá el calor, seco como en toda Castilla.
Aprovecho para recuperar el contacto con mi amigo Jimmy, que vive feliz en esta ciudad desde hace algunos años, trabajando de día y leyendo (y viviendo) de noche. Entre cafés con hielo y cervezas en sesión vespertina repasamos varios de nuestros mitos: hablamos de Silvio, de Delibes, de Sabina, de la fantástica novela de Yann Martel, de los Monthy Phyton, de Leonard Cohen, de los Panero (cómo no), de los bares, de las noches, del paso del tiempo, de la vida. En su biblioteca acaricio con los dedos las letras de las firmas de Neruda, Cortázar y Sábato sobre el “Canto general”, “Rayuela” y “El escritor y sus fantasmas”.
Siempre que me cruzo con él aprendo algo. Me habla de Nacho Vegas y de Iván Ferreiro, que no tardo en incorporar a mi lista de favoritos; bajo su tutela leo a Kurt Vonnegut y una novela originalísma: “¿Quiere ser millonario?”, del escritor indio Vikas Swarup. También me recomienda “Maus” la genial novela gráfica de Art Spiegelman, la serie “Paracuellos” de Carlos Giménez y los cómics de Joe Sacco sobre Palestina y Los Balcanes. Intento ser de alguna utilidad y le hablo de Martin Amis, Cees Nooteboom o Tibor Fischer.
Durante estos últimos meses he pasado bastante tiempo en ciudades en las que apenas conozco a nadie. Tengo mucho tiempo para pasear y leer, así que en cuanto puedo solicito el carné de la biblioteca pública que alberga la Casa de las Conchas. Paso allí varias tardes al fresco, entre los pasillos crujientes y los anaqueles repletos. Como concesión nostálgica leo los cómics de Mortimer y Blake de Edgar P. Jacobs que no leí de pequeño. Entonces me parecían el colmo de la sofisticación; ahora podrían resultar hasta casposos (pero aún así disfruto de la lectura: tal vez haya una cierta ingenuidad que no se deba perder).
El tiempo se va escurriendo deprisa y el sol de verano se acaba por instalar en la perpendicular de la ciudad. Cincuenta días después de haber llegado, cargado de nuevas lecturas, me subo a otro tren que cruza una Castilla que aún conserva algo de verdor.
Los primeros días son aún frescos. Una persistente llovizna de madrugada deja limpias las mañanas. Luego vendrá el calor, seco como en toda Castilla.
Aprovecho para recuperar el contacto con mi amigo Jimmy, que vive feliz en esta ciudad desde hace algunos años, trabajando de día y leyendo (y viviendo) de noche. Entre cafés con hielo y cervezas en sesión vespertina repasamos varios de nuestros mitos: hablamos de Silvio, de Delibes, de Sabina, de la fantástica novela de Yann Martel, de los Monthy Phyton, de Leonard Cohen, de los Panero (cómo no), de los bares, de las noches, del paso del tiempo, de la vida. En su biblioteca acaricio con los dedos las letras de las firmas de Neruda, Cortázar y Sábato sobre el “Canto general”, “Rayuela” y “El escritor y sus fantasmas”.
Siempre que me cruzo con él aprendo algo. Me habla de Nacho Vegas y de Iván Ferreiro, que no tardo en incorporar a mi lista de favoritos; bajo su tutela leo a Kurt Vonnegut y una novela originalísma: “¿Quiere ser millonario?”, del escritor indio Vikas Swarup. También me recomienda “Maus” la genial novela gráfica de Art Spiegelman, la serie “Paracuellos” de Carlos Giménez y los cómics de Joe Sacco sobre Palestina y Los Balcanes. Intento ser de alguna utilidad y le hablo de Martin Amis, Cees Nooteboom o Tibor Fischer.
Durante estos últimos meses he pasado bastante tiempo en ciudades en las que apenas conozco a nadie. Tengo mucho tiempo para pasear y leer, así que en cuanto puedo solicito el carné de la biblioteca pública que alberga la Casa de las Conchas. Paso allí varias tardes al fresco, entre los pasillos crujientes y los anaqueles repletos. Como concesión nostálgica leo los cómics de Mortimer y Blake de Edgar P. Jacobs que no leí de pequeño. Entonces me parecían el colmo de la sofisticación; ahora podrían resultar hasta casposos (pero aún así disfruto de la lectura: tal vez haya una cierta ingenuidad que no se deba perder).
El tiempo se va escurriendo deprisa y el sol de verano se acaba por instalar en la perpendicular de la ciudad. Cincuenta días después de haber llegado, cargado de nuevas lecturas, me subo a otro tren que cruza una Castilla que aún conserva algo de verdor.
Etiquetas: Joe Sacco, Mortimer y Blake, Salamanca, Vikas Swarup
1 Comments:
Ahora toca relatar el viaje en globo, querido Trieste.
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